Alfredo Nicolás Lorenzo
Humberto Pinedo
Bajo el sol de la poesía caribeña: Aimé Césaire, Virgilio Piñera y Derek Walcott
Por: Alfredo Nicolás Lorenzo
Cuba
I
El extranjero nunca es parte de lo que forma. Trae en si la tierra que dejó y la insu-ficiencia de la tierra nueva que lo acoge. A ninguna pertenece ya. A ninguna le rinde tributo su identidad porque es tanto de lo que deja y de lo que incorpora a su ser en abertura. La vida del exiliado es una obra en construcción, nunca cerrada más anidada en la incomprensión acalorada o en la suave tolerancia de la nueva ciudadanía adquirida.
Hay extranjeros en su lugar de origen porque su lengua nativa les ha sido arreba¬tada y en su lugar quedó la lengua del poder: el inglés, el francés, el español. Más en lo subterráneo están las olvidadas lenguas que apenas respiran como tintes locales, mues¬tras de supervivencia, llamadas exotismos particulares, acentos coloridos. Las lenguas indígenas que lograron trasplantar algunos nombres propios, ciertas montañas, ciertos ríos, pocas expresiones lingüísticas, y que en su timidez han logrado llegar, hermanas pobres, diezmadas, hasta aquí, hiriendo con su presencia como puede herir la vida del mendigo; o quizá sólo viven para recordar un tiempo pasado, un tiempo de furia, un tiempo definido.
Los poetas son los extranjeros en tierra propia. La lengua dada no es suficiente. Por ello traducen, buscan, exploran, aciertan, erran, califican, denostan. Extranjeros de sí mismos. Su trabajo es contar los elementos naturales y del espíritu, alimentar con su propia mitología las ficciones que acompañan su travesía. Tienen miedo de las palabras porque determinan el color y el calor, porque traen en si mayores habitaciones que un solo hombre puede tolerar. El lenguaje también es una isla. Los poetas, de todos los hombres con imaginación lo saben.
Algo común hay en la poesía de estos tres caribeños notables: no es sólo el clima que hierve los ánimos y las ideas sino también la preocupación por una patria inventada, y una lengua que viene de la violencia y la imposición, una lengua que se tiene a me¬dias: porque es propia y es ajena. Sangre ha costado que uno hable esta lengua natural que llamamos propia y que sabe a vestigio de metáforas de naciones desmoronadas y suplicantes. Esta lengua es precisamente la que los poetas resinifican, la traen, la lle¬van, la modifican, la vuelven única. Las palabras mojadas en la sal, diría Walcott, es la ma¬nera de regresarlas o despedirlas: están vivas y tienen varias maneras de volver e irse. Walcott dice:
Yo que estoy envenenado de la sangre de ambas, /
¿Dónde debo regresar, dividido hasta la vena?/
Yo que he maldecido/al oficial borracho de la ley
británica, ¿cómo escoger/entre esta África y la
lengua inglesa que amo?
El Caribe es una isla vendida en un mercado de esclavos hace cientos de años, pero hay heridas que no terminan por curarse y más que sanar el poeta trabaja en ir ras¬cando esas mismas cicatrices para hablar de otras heridas, menos visibles y más profun¬das. Kristeva plantea que el indicio característico de una identidad grupal está en la pertenencia al territorio, o la pertenencia a la sangre pero la mayoría lo hace en la iden¬tidad de su lengua.
Puede ser posible que la identidad no importe, que la identidad sea un juego de geografías y de mapas borrosos pero la lengua es una patria que se inventa y por ello se transforma en tantas otras cosas. Tres escritores de distintas colonias y de lenguas dife-rentes: la francesa en la Martinica (Césaire, Basse-Pointe, 1913), la inglesa en Santa Lucia (Walcott nace en 1930) y la española en Cuba (Piñera, Matanzas, 1912), compar-ten un lugar común: un lenguaje que se busca y se pierde en sí mismo, que viene de un pasado y que desconoce su acento futuro, su posibilidad irresoluta…Walcott dice que el pasado es sufrir con los ojos bien abiertos: y simula la voz del victorioso: «La historia entera dentro de una polvorienta ginebra Beefeater./Tomamos estas verdes islas como las aceitunas de un plantío,/masticamos su sustancia, luego escupimos los chupados huesos/en un plato como negras semillas de sandía.»
II
En esta ciudad inerte, esta muchedumbre
desolada, bajo el sol,/ sin participar en nada
de lo que se expresa, se afirma,/ se libera en el
ancho día de esta tierra suya.
Aimé Césaire
Cuando se nace y crece bajo el peso de un poder, cualquiera que éste sea, no hay modo de avanzar, de ir másallá de las fronteras, que alguien, ajeno, ha impuesto. Avan¬zamos a tientas, apenas, y nadie nos ha dicho si hemos ganado un lugar al que llamar nuestro. Nadie ha venido a avisarnos. Ese mismo lugar que creemos nuestro esconde sus raíces en el tiempo, raíces que penetran los ríos y abordan barcos ingleses y franceses que importan esclavos para enriquecer las haciendas de azúcar y cacao.
«Al morir el alba másallá de mi padre, la casa agrietada de ampollas como el pe¬cado atormentador de la sífilis», reclama Césaire. Habría que imaginar la casa por la calle, la calle por el país, el país por el mundo y tenemos un regreso a uno mismo: el dolor de uno mismo con las grietas violentadas en la piel. «Inútil endurecer a nuestro paso vuestras caras de treponema pálido inútil que apiadéis por nosotros la indecencia de vuestras sonrisas de quistes supurantes.
Estas ráfagas de aire pesado y tibio es la poesía de Césaire, Cuaderno de un re¬torno al país natal es el lamento de un amanecer, sólo uno, pero que duele por su ex¬tensión poética, una madrugada que llega a su fin, como si antecediera el fin del mundo, y el poeta lo sabe. La repetición de «al morir el alba» en casi cada inicio de párrafo nos hace pensar en que la muerte tarda mucho en llegar, con un excedente de tiempo y com-prensión (que es un sentir en el otro), de concepción de la realidad.
«Al morir el alba, sobre este más que frágil espesor de tierra que sobrepasa de ma¬nera humillante su porvenir grandioso –estallarán los volcanes, el agua desnuda arras¬trará las manchas maduras del sol y no quedarámás que un tibio hervor picoteado por los pájaros marinos –la playa de los sueños y el despertar insensato».
El poeta es consciente de este lenguaje, inaugural, en este nuevo modo de nombrar las cosas. El poema no es una exhalación pasajera, es literalmente un fluir metafórico, como la necesidad apremiante de un niño cuando grita en la escasez, lo frente a la amenaza:
Y esta ciudad inerte, esta muchedumbre que
grita asombrada pasa junto a su grito como
pasa la ciudad junto a su movimiento a su
sentido, sin inquietud, al lado de su grito ver-
dadero, el único que se hubiera deseado oír
porque sólo a él se le siente suyo; se le siente
habitar en ella, en algún refugio profundo de
sombra y orgullo; en esta ciudad inerte, esta
muchedumbre junto a su grito de hambre, de
rebeldía, de odio, esta muchedumbre tan ex-
trañamente habladora y muda.
Para entender la expresión de la muchedumbre, término que vive en todo el poema, hay que hacer el viaje a lo largo de este poema-grito-calzada. El poema también quiere dar la voz a quien no puede: ésta es la muchedumbre: «pues su voz se desvanece en los marasmos del hambre, y nada puede obtenerse, […] sino un hambre que ya no sabe tre-par a la arboladura de su voz, un hambre pesada y desfallecida, un hambre enterrada en lo más profundo del hambre de este cerro famélico».
Aimé decide tomar la tarea del poeta como portavoz del pueblo sin voz:
…los que no exploraron los mares ni el cielo
mas sin ellos la tierra no sería tierra […]
solo donde se preserva y madura lo que tiene de
mas tierra la Tierra/ mi negritud no es una piedra,
su sordera abalanzada contra el clamor del día,
mi negritud no es una mancha de agua muerta
en el ojo/muerto de la tierra/[…] se hunde en la
carne ardiente del cielo.
Walcott dirá a su vez:
Yo sólo soy un negro rojo que ama el mar,/tuve
una sólida educación colonial,/llevo holandés,
negro e inglés en mí,/e igual soy nadie, o soy una
nación.
El poema de Césaire es doloroso, pero también es un poema de revelación, tiene que ver con la incapacidad de hablar y de insurrección: « Al morir el alba, de frágiles ensenadas retoñando, las Antillas dinamitadas de alcohol, varadas en el fango de esta bahía, si-niestramente fracasadas en el polvo de esta ciudad.
El quehacer poético es un espasmo atormentado, una intensa sacudida desde el centro de la Isla que es cada hombre, cada pensamiento. Vemos también en Derek Wal-cott un tema obsesión: el largo poema Omeros es un enorme compendio de narraciones liricas, la odisea de un hombre en una isla donde está Helena, convertida en una criada antillana… todo el poema está permeado de un afán incesante por llegar a la imagen que traerá el halito, la temperatura, el amor prohibido, las licencias humanas en su justa di-mensión.
Piñera, con la Isla en peso, traerá en cambio la furia desde la otra parte: no contra el opresor sino la miseria misma, del acto de la vida que permanece igual a si misma: la menta «la eterna miseria que es el acto de recordar» y pide a alguien, quien sea, que le devuelva el país sin agua y «me la bebería toda para escupir al cielo; a su vez Césaire deplora –como un deber impuesto –que «hay aún un mar que atravesar, oh aun un mar que atravesar para que yo invente mis pulmones». Parece provocar a Piñera, con las imágenes comunes, en la punta de la misma lengua: «Al fin del amanecer, este país más esencial, restituido a mi paladar, no de ternura difusa sino de atormentada concentración sensual del seno grueso de los cerros con la accidental palmera cual brote endurecido, el brusco gozar de los torrentes y desde Trinidad hasta Grand-Riviére, la gran lamedura histérica del mar». Al final del poema hace subir a una paloma: «Sube, paloma, sube, sube, sube. Lamedor de cielo, y élsiguiéndola, hacia la otra luna, donde quiere pescar «la lengua maléfica de la noche en su cristalización inmóvil».
Piñera responde –rodeado de agua por todas partes (en contraposición a «cómo pasa mi nombre, /que maciza paciencia para jugar sus días en esta Isla pequeña rodeada por Dios en todas partes, /canto del mar y canto irrestañable de los astros», de Eliseo Diego) en una prisión única e inamovible; circular pero inamovible. La isla es una sen-sación que va másallá de la claustrofobia, es una sensación de agotamiento y de pér¬dida: uno ya está perdido porque de ahí no se salva, no se sale, no hay ninguna escapa¬toria posible. Tampoco hay consuelo en mirar el mar, la inmensidad no da alivio sino nutrimento al ahogo y al desespero.
…Un pueblo desciende […]
sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando a sus
espaldas; / un pueblo permanece junto a su
bestia en la hora de partir, / aullando en el mar
devorando frutas, sacrificando animales, /siempre
más abajo, hasta saber el peso de su isla; / el peso
de una isla en el amor de un pueblo.
«La Isla en peso» no es un poema de alto valor resplandeciente, es un poema an-sioso donde el sol no es un sol de placidez sino de aburrimiento. En un último intento, Aimé tal vez se habría unido a la cruzada piñeriana de «saltar el lecho y buscar la vena mayor del mar para desangrarlo», y por supuesto, Piñera hubiera escuchado la voz anti-llana y coincidir: «hay que morder, hay que gritar, hay que arañar».
Las imágenes nos caen de golpe y logramos ser otra cosa, pensarnos otra materia. Se desprende fácil el ropaje, la camisa de una colonización bastante tardía, y reconoce¬mos que estamos desnudos y a la intemperie.
III
Gran parte de la literatura caribeña tiene que ver con la referencia al sol, la luz del día, el mar y la noche. En contraposición con la búsqueda del poeta en la noche romántica, decimonónica, rodeada de atmosferas nebulosas como en una calle de Londres o un paisaje de Paris, encontramos en el Caribe una literatura luminosa, cegadora, donde no se encuentra refugio ni sombra. No es la literatura fácil, que consuela y concede. Es una literatura inclemente, desnuda y vital, como si se estuviera expuesto a un día de zafra, en plena cosecha.
« ¿Pero qué puede el sol en un pueblo tan triste? Las faenas del día se enroscan al cuello de los hombres. […] ¿Quién puede esperar clemencia en esta hora?». Esto exige Virgilio Piñera desde una isla de sitio, una isla que lo rodea de agua por todas partes, circunstancia maldita, Cuba. Piñera resiente la isla, lugar de paseos en círculo. De la Martinica, un año más joven que Virgilio, Césaire, instruido en Paris, nos hace voltear al motivo de su nostalgia, nos hace volver a la tierra que él recupera en su obra. Walcott es el más joven… Así que, no tan lejanos ni en tiempo ni tan lejanos en espacio, com¬parten en sus obras ciertos puntos de encuentro, algunos certeramente salvajes, novedo¬sos, desnudos. Coinciden en la construcción de un lenguaje que inaugura la desolada piel de otras literaturas, tan necesitadas del grito, tan requeridas desde el fondo de la garganta tropical del que espera al sol, para bien o para siempre. Piñera en un dialogo presto a imaginación lectora, parece a su vez conversar con Aimé:
Confusamente un pueblo escapa de su propia piel
adormeciéndose con la claridad, /la fulminante/
droga que puede iniciar un sueño mortal/ […] pero
la claridad avanzada, invade/ perversamente, /
oblicuamente, perpendicularmente, /la claridad
es una enorme ventosa que chupa la sombra, /y
las manos van lentamente hacia los ojos/ […]
la claridad se golpea a sí misma, /va de un lado
a otro convulsivamente, /empieza a estallar,
a reventar, a rajarse, / la claridad empieza el
alumbramiento más hermoso, /la claridad
empieza a parir claridad. /Son las doce del día.
En Midsummer, Walcott posee un tono que hace homenaje al antillano francés:
[…]Los callejones-hornos-ahogan.
Y uno espera la tormenta de verano como
el centinela armado/ y aburrido aguarda la
detonación de un rifle. /Pero yo me alimento del
polvo, de la vulgaridad, /de la fe que llena sus
exilios con horror, /de las colinas al crepúsculo con
sus luces naranja polvorientas, /incluso de la luz
de situación del hediondo puerto/que da vueltas
como la da un coche de policía. El terror, /al
menos, es local. Como el olorcillo puteril de la
magnolia.
La luz es una maldición inevitable; mientras que en Césaire, el sol es motivo de gozo, de fuente de vida, en Piñera no: «todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste». En el poeta antillano el alba que muere es el fin de la mañana pero el princi¬pio de un día que comienza, que despierta:
Todo amanecer de virtudes ancestrales.
¡Sangre!¡Sangre! ¡toda nuestra sangre
emocionada por/el corazón macho de sol/Los
que saben de la feminidad de la luna, la del
cuerpo de aceite, /la exaltación reconciliada del
antílope y la estrella/aquello, cuya supervivencia
avanza en la germinación de la yerba.
La tierra está lejos del mundo idílico, es la «Tierra tensa, / Tierra ebria, / Tierra gran sexo ofrendado al sol/ Tierra gran matriz que gira en el vértigo de sus mezcolanzas de esperma».
Para Piñera la tierra es lugar de presencia, y lugar de espera:
…que la tierra nos ampare, que nos ampare el deseo,
felizmente no llevamos el cielo en la masa de la
sangre, /sólo sentimos su realidad física
por la comunicación de la lluvia al golpear
nuestras cabezas.
En Walcott sucede como un inicio del mundo, el adánico y caribeño mundo que se estrena: «Entonces, sobre los platanares, la isla levanto sus cuernos, / La alborada corrió gota a gota/por sus valles, / la sangre salpicó los cedros/ y la arboleda se inundó de la luz del sacrificio.»
Ambos, Piñera y Walcott, violentan el lenguaje como si intentaran ver qué pasa y nada más, pero nada es tan ingenuo como parece y este hacer de la poesía un espasmo atormentado, una intensa sacudida desde el centro de la isla que es cada hombre, cada pensamiento, hace de la poesía una carta entrampada en la botella que fue, con toda intención, puesta al mar, pensando en un destino para la palabra, no para el portador de ella. Una carta al azar del viento, y a riesgo de no ser comprendida. A riesgo absoluto de no ser abierta.
Los poemas de Virgilio Piñera, de AiméCésaire y Derek Walcott están vinculados a imágenes comunes –o dispares –de una tierra que se protege de un sol inclemente, sin universo, sin sombra alguna como metáforas de la identificación. Se anima así una lite-ratura luminiscente, profunda y evocadora de imágenes, que a diferencia de la poesía vanguardista no busca inventarlas nuevas, no hay necesidad, en el Caribe salen, surgen, están, la tierra las regala, sobre todo por las noches, dirá Piñera: «una poesía exclusiva-mente de la boca como la saliva. […] Pero la noche se cierra sobre la poesía y las for¬mas se esfuman». Y es la noche «sin memoria, sin historia, una noche antillana; una noche interrumpida por el europeo, el inevitable personaje de paso que deja su cagada ilustre, a lo sumo, quinientos años, un suspiro en el rodar de la noche antillana, una ex¬crecencia vencida por el olor de la noche antillana». ¿Cómo se protege del invasor? ¿Cómo se sobrevive en la tierra propia que no es de uno, que se trabaja pero no se po¬see? Sólo la palabra puede erigirse cual árbol inmenso y fértil bajo un sol de generosi¬dad: la palabra es el proceso interminable de poseer, de nombrar, de cantar y hacer valer la protesta. Denunciar el abuso. Es construir la metáfora de la colonización más callada; entonces el poeta dirá«Mi boca será la boca de tus desgracias que no tienen boca, mi voz la libertad de estas otras voces que se desploman en el calabozo de la desespera¬ción» (Césaire). El poeta seguirá buscando el día, el modo de alejarse de su propia ce¬guera. Y tendrá fe, belleza, conmoción arrobadora de palabras aparecidas.
Del autor
Alfredo Nicolás Lorenzo: Poeta, Narrador y Ensayista. Licenciado en Lengua y Litera-tura Hispánicas y Filosofía por la Universidad de La Habana en 1991. Es fundador de la revista Proposiciones de la desaparecida Fundación Pablo Milanés. Ha sido Becario del Fondo de Cultura y Desarrollo para las Artes y las Letras de Morelia, Michoacán, Mé-xico. Ha publicado Palabras Mágicas de un Poeta, (2010) por la colección Palabras del Oráculo, que dirige y coordina el poeta Cesar Toro Montalvo en Lima-Perú. Décimas a la mirada agreste de un sinsonte, (2013) Editorial Latín Heritage Foudation. Ha colabo-rado en las revistas Alforja Poesía y La Voz de Coahuila, México. Es miembro de Taller Literario de la Fundación Nicolás Guillén. Ha sido incluido en la antología Sonetos de amor y otros poemas, Universidad Autónoma de Coahuila, México (2003). Actualmente se desempeña como Periodista, Docente y Promotor cultural.
Humberto Pinedo: La vida concreta y su poesía–Entre el sentismo y la razón
Por Raúl Allain (*)
México
José Beltrán Peña, director de las reconocidas revistas literarias Palabra en Libertad y Estación Compartida y autor de estudios literarios que definen la generación del 70, la poesía concreta y numerosas antologías poéticas que se presentan en diferentes instituciones, tuvo el acierto de invitar al historiador, poeta y periodista Humberto Pinedo para que explique, dentro del marco de la presentación de la obra Casa de colores, cómo su poesía ha ido ganando —a través de la historia— estimaciones crípticas por parte de la crítica. El crítico literario instó a Pinedo a que exponga sobre su producción literaria y las exégesis de la poesía concreta que desarrolla, así como su vida y época.
Nuestro poeta concreto entiende como Sartre que la vida representa existir, pero con esencia y trascendencia. Ortega y Gasset, además de la trascendencia, priorizaría la vitalidad. Miguel de Unamuno definiría a la vida con independencia y conexa a la identidad. La poesía concreta para Humberto no es el experimentalismo puro, sino más bien la esencia social creativa. Nietzsche enunciaría que cuando el artista crea sentimientos ajusticia a Dios y se convierte en un todopoderoso. Por esto, podemos afirmar que todo lo que posee cualidad de real es creativo, y si puedes expresarlo con pocas palabras (características minimalistas), pero con sentido poético, la condición se sublima. “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar (...)”, estos versos de Jorge Manrique resumen apropiadamente el sentir de Pinedo Mendoza.
Nació en Lima en 1947, y es en el año 1972 cuando comienza a escribir incentivado por la participación en el Congreso de Jauja organizado por la Universidad La Cantuta. Esta época se caracterizó por los cambios sociales de las Fuerzas Armadas. A este evento el joven poeta llegó solo, con su verdad a cuestas, evitando todo tipo de dogmatismo y sectarismo. Se encontró, atestigua, con cientos de pequeños poetas, poetas saturados de verborrea ideológica, pero sin rigor que comprenda un trabajo creativo original. También se percató de los reducidos grupos de poetas que se autoproclamaban con autobombos desmesurados. Por estos fenómenos, Martín Adán se automarginaba de estos elementos.
Considera que el poeta debe asumir un rol social y escribir como siente. Este sentir no puede enmarcarse dentro del pragmatismo, sino más bien toma conciencia a tiempo de los problemas sociales. No es necesario ser comunista para que nuestros escritos se plasmen con sentimiento. Albert Einstein marcaría distancias entre el sentismo y el racionalismo. Bajo estos pensamientos, Humberto Pinedo, a sus veintitrés años, entendió lo que significa supervivencia. Con el pasar de los años comprendería que los gobiernos llegaban al poder por llenar apetitos personales o de grupo. Entendió que por más buen sistema social que exista en el país, si no se prioriza el desarrollo integral del hombre no se logrará nada y la valoración subdesarrollada nos seguirá acosando.
Pasados cuarenta años, a opinión de Pinedo, las izquierdas siguen atomizadas y las derechas cavernarias y antihistóricas, primando el mercantilismo y la informalidad. Expresa esta posición cuando versa: “Ya me harté de escuchar bajezas a cretinos señores (...)”, asumiendo un carácter de cuestionamiento. La poesía concreta se explica en formular versos sentidos con el dolor e insatisfacción de los problemas del hombre de nuestro tiempo. Sobre estos idearios construiríamos una sociedad mejor. Es decir, el artista debe aportar con su imaginación para formar ese nuevo hombre que se vaticina y proclama. Ejemplifican poemas como “Canto coral a Túpac Amaru”, de Alejandro Romualdo, o “Himno a los voluntarios de la república”, de César Vallejo.
José María Arguedas, símbolo de la integración del mundo andino, se desgarra social y antropológicamente en sus expresiones y es por esto que trasciende. Pinedo testimonia expeditamente que podemos encontrar poetas y narradores de su generación que escriben evasivamente y rozando la mala calidad. Señala como excepciones a Enrique Congrains, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa y Oswaldo Reynoso, que atestiguan efectivamente la angustia de su clase social, convirtiéndose en parte de la historia de la literatura peruana. También rescata al poeta Arnulfo Moreno, en quien encuentra este mismo discurso.
¿Por qué concreta? Ortega y Gasset y Julián Marías evocarían que la inmediatez de la vida es circunstancia. Pero el hombre con su lucha diaria lo hace grande e importante. No pueden convivir dos verdades iguales. La trascendencia en el arte del concretismo es conseguir llegar a más almas y entender sus problemas humanos.
En Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, los jóvenes entendieron que las sociedades industriales deshumanizan, cosifican y alienan a las personas, y regresaron a condiciones naturalistas expresadas en los hippies y existenciales, influenciados por Jaspers, Heidegger o Sartre. De esta manera es que se produjeron los sucesos de mayo en París, siendo los estudiantes quienes asumieran con conciencia real sus propios problemas. Pronunciaban su disconformidad con pocas palabras: “Hagamos el amor y no la guerra”.
Hacia el 2013, Humberto nos anuncia que ha encontrado un “ejército de poetas”. Por motivos de promoción cultural resulta ventajoso, pero para asumir un rol social aún se encuentran evasivos. Como entenderíamos de Herbert Marcuse, confunden la conciencia con la sexualidad descarnada como liberación. Lo concreto debe representar comunicación directa, pero partiendo de la calidad.
Bajo este espectro es que comenzaron a surgir esos versos característicos que expresaran un oportuno desconcierto, incomunicación, furor y rebeldía. En el poema “Musgos y musgos”, cuando versa: “rumo muertos me gasto tramo monto y rumo (...)”, revela el dolor sartreano que César Toro Montalvo percibe en su poemario Topus. Sus versos, desde el origen, se concebían colmados de sabor clásico y testimonial. Las bulerías, así como los boleros, rancheros y huaynos del Perú profundo, interpretados de acuerdo a la coyuntura de vida, construían una particular atmósfera en su escenario como escritor. “Que tu padre arranca a la tierra / su futuro envuelto con desafíos (...)”, son versos que confluyen como reflejo de preocupación. También en el poema “Los sirvientes” cuando nos reclama: “El torpe que desprecia la pureza / al soñador golpeado por el tiempo (...)”.
Podemos afirmar que sus poemas no parten, como inspiración, del concretismo brasileño propio del experimentalismo, ni tampoco de los antipoemas de Nicanor Parra o las características crípticas de Octavio Paz. Son versos escritos sobre una realidad existencial. Sucede que en el Perú fácilmente podemos descubrir un agudo complejo de inferioridad estrechamente ligado a las capas intelectuales. Para este sector en particular todo lo extranjero posee cualidad de “bueno”, según entendemos del discurso del autor de La historia de San Miguel. Sostenido en actitudes imberbes no se puede definir cabalmente el sentismo y racionalismo. Sin embargo, en esta postura se comprende a poetas como Walt Whitman, Edgar Allan Poe, Ezra Pound, T. S. Eliot y Cesare Pavese, emblemas de la literatura universal. Entendemos de esta manera que la poesía concreta consiste en expresar, sin camisas de fuerza, los graves problemas que acusamos pero de un modo sintetizado. De esta manera es que el pueblo podrá comprender claramente el mensaje de los textos poéticos y rebelarse contra los tiranos que someten parte de su libertad y justicia.
Leoncio Luque señala que en sus poemas, artículos y posiciones sociales, se subvierte el orden. Pinedo coincide con esta interpretación y atestigua que en el camino de la creación literaria se ha enfrentado a “tirios y troyanos”. Hallamos revelaciones de este sentir en el poema “Grama Lused”, por ejemplo cuando versa: “cerdo lumpen pata saluda (...)”, encontramos un testimonio del gesto deshonesto del poeta Manuel Morales. Así también comprendemos que la democracia es necesaria para sostener instituciones sólidas, como la inversión privada para generar desarrollo y libertad de expresión. Esta posición debemos defenderla con justicia social. Sus poemas concretos están publicados con ese sentir expresivo característico y con elocuencia tanto visual, testimonial como artística. Aparecen exitosamente en el medio Discover LatestInfo-Washington.
El poeta concreto del Perú nos anima a manifestarnos con amor, pasión, rebeldía, usando los recursos que nos brindan la informática, la ciencia de la psicología y la sociología. Por esto manifiesta: “Si le das confianza a un intruso te devolverá amistad con reparos”. Este verso podría ilustrarse con dibujos o viñetas para darle más consistencia al mensaje. De esta manera se nos invita a ser concretos en nuestras concepciones y vidas. Iluminar las palabras con imágenes que nos afecten positivamente y con belleza, y que también nos puedan llenar de felicidad y ternura. También podemos citar el verso “Ya me harté de soportar torpes sin corazón honesto”, del poema “Dolor de un hombre sensible”. Así entonces la admiración a los poetas como Alejandro Romualdo y Carlos Germán Belli se demuestra, cada uno expresa en su estilo el sentismo y la conciencia de los problemas sociales e históricos de su época.
Practiquemos, como Mario Florián, Javier Heraud y Mariano Melgar, un sentismo concreto, expresiones consecuencia de lo que sucedió con sus vidas provincianas, guerrilleras y precursoras. La vida debe considerarse concreta y posee un determinado sentido y sabor asumirla. El carácter fantasioso en los textos se torna necesario, pero es cuando se van por las ramas que la poesía concreta no cumple su objetivo. Por ejemplo, en el poema “La vida no vale nada”, cuando arguye: “Increíble, asesinan seres y se ufanan de muertes enemigas (...)”, indica lo contrario a ese informal orgasmo creativo que puede acosar nuestro quehacer literario. Este poema expresa el sentir de lo que sucedió en nuestra época subversiva. Para Humberto Honorato Pinedo Mendoza la poesía concreta significa liberación y comunicación.
Perfil de Humberto Pinedo en Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Humberto_Pinedo
(*) Escritor, Poeta y Editor. Presidente del Instituto Peruano de la Juventud y codirector del sello independiente Río Negro.
¡La aurora boreal de Moreno Ravelo!
Por Humberto Pinedo Mendoza (*) / Raúl Allain (**)
México
Aurora Naturales un ensayo-poético “expresivo” por método del ‘naturalismo expresivo’ que abraza el poeta y escritor Arnulfo Moreno Ravelo, quien atesora la virtud de exponernos con copiosa subjetividad: una ventana al alma naturalística. En la travesía de concepción primigenia descubrimos que en su prodigioso trabajo intelectual brilla la denominación «Extremos de la vida». Percibimos su condición de visionario de la realidad y fantasía que moraliza nuestra soberanía. El exclusivo corpus de metáforas que exterioriza se complica con la sensibilidad retraída del lector: sentimentalmente fructífera y benéfica en derivación.
La obra representa cincuenta subtítulos que simbolizan socialmente un racimo de flores cromático. Coexiste plasticidad interpretativa para desentrañar los enigmas de la naturaleza aislada de la enajenación del hombre con respecto del género humano. Afirmemos que su expresión literaria pertenece al realismo mágico. Es un viaje al numen natural.
La aptitud literaria de Moreno Ravelo es congruente a una coreografía de personajes, ambientes narrados poéticamente. No desinteresa saber si es un relato-poema, cuento o novela, o si se trata de un broche de pintura surrealista a lo Dalí o poemas automáticos como desarrollan Breton o Aragon. En cohesión y libertad literaria también podría ser una novela. A partir de Bertolt Brecht entendemos que las significancias con base en una obra de estas características es el mensaje que se destina. El receptor puede percibirlo de diferentes talantes.
Como ejemplo de estos hallazgos se comprende el texto número uno: “Anaranjada alborada del dulce amanecer mojada”. Se contrata una sinfonía de melodías, acompañado así de una danza de figuras naturalísticas. Mediante recreaciones totalitarias de la soberanía peruana, ambiente rural y en particular lo andino, Arnulfo nos confiere momentos de placer estético recavados en nuestra madre tierra. La particular exégesis no suele impregnarse en determinados imaginarios mentales, pues la apasionante lectura podría distraer el mensaje tácito, sublimante por cierto.
Consigue departir con la naturaleza por medio de imágenes que el poeta recupera del medio ambiente. Posee sensibilidad para peinar los cerros, zambullir los ríos, congratular las plantas, acariciar los vientos y convivir con la soledad de un boquerón. Desentraña sus misterios, cromatismo y rítmica confluyen y nos hace vivir con espontaneidad la beldad del entorno, cual fémina joven que promociona socioculturalmente imágenes holográficas para contrarrestar metafísicamente nuestro alienado y enajenado espacio proyectivo. Por ejemplo, convergemos en la presencia intelectual de la joven estudiante Ljubica Bogdanovich quien profesa un conocimiento mágico moral vanguardístico. Se rinde culto a los apus tutelares: espíritus juguetones. Es decir, como “Confucio el poeta” escudriña al espíritu de una jerarquía cosificada. Pues tiene los ojos para visionar un paisaje mundial y los seres humanos que alberga y que en éste enunciado radique el enigma que nos proporciona la poiesis que navega entre lo natural y artificial.
Otra característica es el magma creativo donde se descubren ‘perlas poéticas’ de gran significación en los subtítulos desemejantes. Así afirma: El sol pintado de amarillo intenso o sueño escrito en una luna derribada o con impenetrable sequedad en la sombra, o en una gota condensada del día. Es un pentagrama de descubrimientos, emociones y disciplinas.
El vate aflora toda su irreverente fantasía cuando reafirma: Encendida fragancia doliente. Aquí estremecido por los fenómenos naturales se humaniza. En otro texto exclama el amor redondo del agua, o cómo acaricia el firmamento de la felicidad. Se atreve a ir más allá de la existencia táctil. Y enuncia que la poesía aún existe comprendida en el lenguaje. Intelectualmente nos confabulamos con esta apreciación. Arnulfo Moreno Ravelo se aflata en una sociedad preindustrial.
Empero sigue satirizando el materialismo histórico con su danza de versos. La fatalidad se echa a reír: captura en la sombra del tiempo: sed del desierto. Con sus pinceladas investiga el origen de un mundo carente de afecciones, buscando encapsular el edén. O cuando ora por el día que oprime el alma o la arena ardiente del mediodía. Como advertimos la totalidad de estos trazos poéticos son brochazos espacio proyectivos naturales para enseñarnos socioculturalmente la vereda que depara a todo individuo-adivino respectivo de su tiempo y ambiente.
Científico-socialmente, se puede aseverar que Aurora Natural pertenece al realismo mágico. La corriente en su expresión fenece y nacen textos como "Ilusoria epidemia", de autoría de Raúl Allain. El sentido comunicacional naturalístico que manifiesta este 'genio afable literario', despeja la “naturaleza” telecomunicacional y hace del diálogo con la naturaleza una profecía comunicacionante. La aspiración al Premio Nobel de Literatura se concretiza.
Perfil de Arnulfo Moreno Ravelo en Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Arnulfo_Moreno_Ravelo
(*) Historiador, Poeta y Periodista.
(**) Escritor, Poeta y Editor. Presidente del Instituto Peruano de la Juventud y codirector del sello independiente Río Negro.
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