martes, 8 de enero de 2013

MANUEL SCORZA Y LA CONDICION HUMANA

Gracias a la colaboraciòn desinteresada pero muy emocional de nuestro amigo Jaime Guadalupe Bobadilla es que publicamos este articulo sobre  Manuel  Scorza de gran significado social para nuestro mundo andino.El autor es Carlos Lecaros Zavala Los comentarios de Juan JosèVega,Danilo Sànchez Lihon,Ricardo Gonzàles Vigil y Couffon son determinantes para reconocer el valor intelectual de este autor
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MANUEL SCORZA (1928-1983)
ante la condición humana*

Carlos P. Lecaros Zavala

“¿Qué miraré yo cuando de mí sólo queden mis ojos, estos ojos que no se hartan de mirar –generación tras generación– los mismos reclamos, los mismos quebrantos, los mismos abusos, los mismos engaños, los mismos desalientos?”
El Jinete Insomne

Manuel Scorza, considerado como uno de los más importantes poetas y narradores peruanos del siglo XX, nació en Lima el 9 de setiembre de 1928. Según narra en su testimonio de vida, sus padres –él, natural del distrito de Matará, Cajamarca, y ella del distrito de Acobamba, en Huancavelica– “habían llegado a Lima huyendo también de la miseria, embarcados en esas primeras olas de migrantes que llegaban de las provincias hacia la capital”[1].
A corta edad, debido a su frágil salud a causa del asma, sus padres se trasladan a la sierra y se instalan en Acoria, un pueblo ubicado en la línea del ferrocarril entre Huancavelica y Huancayo, donde su padre decide poner una tienda y panadería. Este status familiar perteneciente al de los pequeños comerciantes influyó para que no tuvieran mayor contacto con la población indígena, sobre lo cual Scorza diría: “aún en los estamentos más pobres del Perú hay grandes barreras” y esta actividad “ya nos diferenciaba de los indios”[2]. Incluso, lo lamentará más tarde, ya que esa distancia impidió que aprendiera el quechua, a diferencia de la experiencia que vivió José María Arguedas. No obstante, considera que esta limitación se constituía en un abismo que lo separaba del Perú profundo, dirá más adelante: “Ahí en Acoria empecé a ir a la escuela y viví parte de mi infancia. Acoria…es uno de los pocos lugares en donde puedo decir que fui feliz”[3].
Pasado un corto tiempo, su padre decide regresar a Lima y tras intentar diversas actividades para sobrevivir, consigue poner un puesto de periódicos en el distrito de La Victoria, que Scorza recuerda con las siguientes palabras: “ahí es cuando yo voy a tener mi primer contacto con la lectura (periódicos, revistas argentinas como: Leoplan, Billiken)... yo no sé si esta experiencia que viví en mi infancia en el puesto de periódicos de mi padre, tuvo que ver posteriormente con mi actividad de editor tan discutida por los intelectuales del Perú”[4].  Se está refiriendo a las ediciones populares de autores peruanos que él impulsó: los “Populibros”.  
Debido al asma que padecía, con gran esfuerzo económico sus padres lo trasladan a Huancayo y lo internan en el Colegio Salesiano donde estudió los tres primeros años de secundaria, tiempo que le permitió tener una intensa “vivencia religiosa” y en donde también vivió “ausente de las traumatizantes penurias económicas que pasaba su familia”[5]. Termina su secundaria en el Colegio Militar Leoncio Prado de Lima, en donde destacó entre los primeros alumnos, lo que le abría la posibilidad de acceso directo a la “Escuela Militar de Chorrillos”. Refiriéndose a él y a otros amigos que no optaron por la carrera militar, decía que la “culpable de que los mejores alumnos desertaran de la vocación fue y sigue siendo la biblioteca… su influencia fue determinante…”[6]. Y lo reafirma diciendo “sin duda, habría llegado a general, pero se interpuso la Literatura, los libros me indicaron otro rumbo”[7].
En 1945, ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos de Lima donde toma contacto con jóvenes poetas de su generación (la llamada “Generación del ´50”), entre ellos Francisco Bendezú, Alberto Escobar, Rodolfo Milla, Pablo Macera, quienes gustaban de la poesía, entre otros. Por esa misma época continuó su vinculación política con el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) en la que militaba desde el colegio militar y en donde, incluso, había formado parte de una célula clandestina. Participó activamente en el intento revolucionario de 1948 contra el gobierno de Bustamante y Rivero, cuyo fracaso lo atribuyó a la  dirigencia aprista. Su desempeño como dirigente universitario provocó que durante el golpe de Estado del General Manuel Odría fuera detenido y llevado a la Prefectura donde, según refiere, tuvo uno de los desengaños más duros de su vida política. No obstante que su militancia la justificó “porque tenía una visión mitológica de ese partido, una visión que no correspondía a la realidad”, al punto que “creía que el APRA iba a hacer una revolución”[8], tomará la decisión, posteriormente (1953), de renunciar al partido a través de una carta que tituló “Good bye, mister Haya”.
Fue exiliado a Méjico en 1949, cuando contaba con 20 años. Para Scorza fueron años duros y amargos, expresando que “El exilio es una herida extremadamente grave y dolorosa: el exilio es casi una condena a muerte”[9]. Juan González Soto, biógrafo, refiere que “Fueron años de aprendizaje bajo el rigor y la dureza”[10] y agrega, que si bien dejaron en él huellas profundas y permanentes, las pudo traducir en una poesía de gran profundidad humana. Alude precisamente, a Las imprecaciones (México: 1955), su primer poemario, como el fruto de esos años difíciles del exilio. Después vendrán Los adioses (1958), Desengaños del mago (1961), Réquiem para un gentilhombre (1962) y El vals de los reptiles (1970).
Como novelista, bajo el nombre de “baladas o cantares” publicó cinco novelas, en las que traza una crónica de las luchas campesinas que habían permanecido ignoradas por los historiadores. Estas novelas conocidas en conjunto como La guerra silenciosa son: Redoble por Rancas (1970), Historia de Garabombo, el invisible (1972), El jinete insomne (1977), Cantar de Agapito Robles (1977), La tumba del relámpago (1977). Inició una nueva zaga, la que no concluyó, con la novela La danza inmóvil (1983). Esta serie de novelas, traducidas a más de 40 idiomas, se ha constituido en una de las más difundidas y reconocidas de la literatura peruana en este siglo.
En Méjico, obtuvo tres premios de poesía en un mismo concurso convocado por la Universidad Nacional de México y ahí continúa su carrera literaria como poeta y novelista, hasta que regresa a Lima en 1958 cuando fuera depuesto el General Odría. Poco después de su vuelta, se casa con Lydia Hoyle, con quien tendría dos hijos, Manuel y Ana María. Permanecerá en el país hasta 1969.
Su capacidad de líder y organizador le permitió comprometer a empresarios con sensibilidad y formó el Patronato del Libro Peruano, presidido por Manuel Mujica Gallo. Lideró el movimiento editorial más grande que ha tenido el Perú a lo largo de toda su historia: los Festivales del Libro y los Populibros, ediciones que pudieron llegar a las grandes mayorías a precios populares. Desde el Perú proyectaron e irradiaron su acción a varios países de América Latina como: Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia y en toda Centroamérica, el Caribe y muchos otros países.
En 1968, en plena efervescencia de las luchas campesinas en la sierra central, y en razón de su participación activa dentro de un movimiento político indigenista, Scorza se ve obligado a abandonar nuevamente el país con destino a París, donde trabajó como lector (conferencista) de español en la “École Normale Supérieure de Saint Cloud”.
Retomó la actividad política con mayor fuerza y con Genaro Ledesma, uno de los personajes de La guerra silenciosa, fundó el partido “Frente Obrero Campesino Estudiantil y Popular” –FOCEP–. Presentó su candidatura a la Asamblea Constituyente (1979) y no obstante haber sido elegido para conformarla, él y otros dos compañeros renunciaron ante el Jurado Nacional de Elecciones, debido a la suspensión de las garantías fundamentales.
El 28 de noviembre de 1983 cuando se dirigía a Bogotá, vía Madrid, para asistir al I Congreso Internacional de la Cultura que se inauguraría el 29 de noviembre, el avión cae a tierra segundos antes de aterrizar en el aeropuerto de Barajas. Manuel Scorza dejó de existir a los 55 años de edad, cuando su obra estaba en plena vigencia y acababa de publicar, en febrero de ese año, su última novela –La danza inmóvil– que significaba una ruptura radical con el ciclo de La guerra silenciosa.
Para Scorza fue tan profundo el sentido y carácter del sufrimiento  que ha marcado históricamente la vida de los peruanos y peruanas, por tanta violencia padecida por los pobres, los excluidos de nuestro país, que cuando en una entrevista le preguntaron “¿qué es la Patria?”, respondió con las siguientes palabras que expresaban la real dimensión de lo que para él significaba la condición humana de los olvidados de siempre: “Y es que la patria peruana está tan llena de espinas, de cosas sangrientas y terribles que si quisiéramos acariciarla, las manos se nos mancharían de sangre y quedaríamos abrumados por el dolor”[11].
La obra de Scorza, tomada en conjunto e independientemente de la forma expresiva –poesía o prosa– está impregnada del otro, específicamente de la condición humana del otro. Pero no sólo del sentir, en tanto sufrimiento, de personas concretas y de pueblos también concretos, sino además de sus deseos y aspiraciones que ha sabido traducir como esperanza.
Esa preocupación por el otro se manifiesta en ese ir y venir permanente a lo largo de la historia –lugares y épocas, personajes y acontecimientos– como una manera de mostrar cómo ha sido la realidad que ha envuelto al país desde siempre –“¡Yo no conocía el rostro de mi patria!”[12] y ante la cual reclama no ser indiferentes –“¡Mientras alguien padezca, / la rosa no podrá ser bella/…”[13]. El otro de Scorza, no es el sujeto mistificado, neutro, ausente de toda realidad, sino todo individuo hombre o mujer o colectivo representado por comunidades y pueblos “cansados de tener una sola vida para tantas muertes”[14].
Su canto, grito o llamado, para imprecar o para implorar, se mueve indistintamente entre la poesía y la prosa –diríase, entre la prosa puesta en poesía o la poesía escrita en prosa– en las que subyace todo acontecimiento fugaz o permanente de la condición humana de éste o aquél, de éstos o aquéllos, peruanos o americanos:

“¡Nada valía el hombre!
¡A nadie le importaba si bajo su camisa
existía un cuerpo, un túnel o la muerte!”[15]

En su transitar a lo largo de la historia, Scorza no hace sino poner en evidencia que en el Perú y América, una acción de injusticia ejercida sobre el pobre y excluido, en un lugar y tiempo determinados, no representa un hecho aislado sino que responde a, o forma parte de, un drama secular que ha caracterizado la vida de aquéllos. En este marco, podría decirse que su obra no pertenece al ámbito del chronos –el del reloj y del almanaque que señalan sólo acontecimientos, sin más– sino al del kayrós* esto es que las palabras y simbologías, ahí puestas, se insertan en el momento oportuno del sufrimiento del pobre, pero, oportuno también, para la denuncia y el llamado urgente de la opción y la acción.
Las reflexiones que siguen, se basan en la obra poética y en prosa de Manuel Scorza. La obra poética se ha trabajado a partir de Las imprecaciones, conjunto de poemas escritos en 1955; mientras que las reflexiones sobre sus escritos en prosa –novela– se basan en los cinco cantares (o baladas) de La guerra silenciosa*, ya mencionados, escritos entre 1970 y 1979. En el deseo de auscultar la dimensión que adquiere el sentido y carácter de la condición humana bajo una u otra forma de exponer su lectura de la realidad y cómo actuar ante ella, hay una conclusión –adelantada, quizá– que no se puede soslayar de todo ello: la unidad de su obra, que sólo puede ser reflejo de la coherencia intelectual y práxica del autor.
En lo que respecta a su poesía y su visión de la condición humana, y más allá del calificativo utilizado para tipificar una de las expresiones de la poesía de Manuel Scorza como “poesía social”, está el sentido que adquiere para él ser un poeta situado en una realidad históricamente concreta. Quedarse en el calificativo de “social” para referirse al estilo y contenido “temático” de su poesía, posible de extenderse a su prosa, puede resultar castrante para poetas de la estirpe de Scorza que en su expresión literaria transita y hace transitar desde la toma de conciencia de la realidad, pasar por la opción frente a ella, para terminar hecha praxis misma. Por estar situada en el “momento” (kayrós,) de los acontecimientos seculares de nuestra historia –la de América y el Perú en particular– y por su estilo mismo, es difícil precisar si en Scorza la poesía antecede a la prosa, o viceversa. Él le canta a la condición humana bajo una u otra expresión y de acuerdo a cómo la realidad le exige, en el momento oportuno, va a referirse a ella.
Así vista, la poesía de Scorza está inmersa en la condición humana. Podrán ser, como realmente lo son, variadas las circunstancias, los destinatarios y las expresiones que ella puede adoptar, pero su poesía está impregnada del otro. Ya sea que se pregunte a sí mismo, que busque o invite, que increpe o proclame, es el otro su referente. Y no de cualquier figura o imagen de “lo” otro –“Porque en las ciudades los poetas lloran la ausencia nostálgica del aire, pero no saben lo que es vivir bajo la lluvia”[16], sino del otro concreto, de aquél que tiene un rostro, un nombre[17]. Su preocupación, si vale la expresión, por el otro reside en las circunstancias que definen su condición humana en tanto otro que sufre, que padece la opresión. Cuando habla del otro es para compartir sus sufrimientos poniéndose en el lugar de aquél:

“Hay que vivir ausente de uno mismo,
hay que envejecer en plena infancia,
hay que llorar de rodillas delante de un cadáver
para comprender qué noche
poblaba el corazón de los mineros.”[18]

Y así, cuando se descubre como un poeta que no puede vivir ajeno a una realidad que no es la que se hubiera podido construir para sí mismo como vía para evadirse, o la que el sistema dominante le hubiera impuesto como moda para alejarlo de ella, es cuando toma conciencia que la poesía no puede estar vacía de humanidad. En este aspecto, reconoce que no puede ser indiferente a su realidad:

“Yo fui uno de ellos,
yo no sabía por qué los ríos
se secan en el sueño
y ciertos rostros en los Andes
son puras miradas melancólicas.”[19]

Su encuentro con el sufrimiento como elemento constitutivo de la realidad concreta de América Latina estaría expresado en Las imprecaciones (1955), aquella construcción poética en la que Scorza ubica en tres momentos su mirada, su comprensión y su compromiso ante la condición humana.
El primer momento, es el de una especie de doble descubrimiento. De un lado, el de una América real, de sufrimiento causado por la pobreza y la exclusión; un lugar en el que no hay espacio para la libertad y menos todavía para reclamar por un mejor trato a la persona humana. El otro descubrimiento es el que pone en evidencia aquella idealización de la realidad –la América ideal– que los poetas han construido como vía para evadirse de ella; como expresión ¿Preferencia? ¿Opción? para pasar de largo sin siquiera mirarla; para que nada de ella los perturbe en su forma de cantarle a la vida. Sin embargo, entre el primer descubrimiento y el segundo hay un enlace puesto de manifiesto cuando cae en la cuenta  que, no obstante querer evadirla, la realidad está ahí, reclamando del poeta su voz; y es cuando, propiamente, se inicia el re-encuentro inexorable entre las dos Américas y las dos Patrias. Un encuentro –segundo momento– que se visibiliza en las contradicciones que subyacen al poner en paralelo, la realidad concreta y la idealidad inventada. El tercer momento muestra el deseo del poeta por reconciliarse con América y su Patria y lo hace entre un seguir reprochándose a sí mismo de cuántas veces las negó o las evadió, y cantándole a la esperanza, como deseo desesperado de reivindicarse.
Scorza empieza Las imprecaciones (1955) primer momento desde “El árbol de los gemidos” viendo con la nostalgia y la impotencia sumadas al dolor que causa el destierro[20] a una América “triste” y “amarga”, a la vez que “alta”, “tierna” y “bella”, a la que los poetas no quieren llamar por su nombre:

“¡Pobre América!
En vano los poetas
deshojan ruiseñores.
No verán tu rostro mientras no se atrevan
a llamarte por tu nombre, ¡América mendiga,
América de los encarcelados,
América de los perseguidos,
América de los parientes pobres!
¡Nadie te verá si no deshacen
este nudo que tengo en la garganta.”[21]

Es, desde esta América, en la que “algo está muriendo” en la que se ve interpelado por el otro sufriente: una persona, un pueblo, la humanidad. El poeta que ha podido penetrar en la condición humana de todo un continente no es capaz, no puede, desvincular su poesía de un compromiso con el otro. Su poesía no tiene sentido sin el otro. La suya no es una poesía neutral, porque está inmersa en la realidad –“por todas partes oíamos el llanto”[22]. La realidad no permite, dice, que la poesía se reduzca a “una solitaria columna de rocío” y por ello se ve obligado a responder a los poetas impedidos de celebrar “la gracia de las muchachas”:


“Tal vez mañana los poetas pregunten
por qué no celebramos la gracia de las muchachas;
tal vez mañana los poetas pregunten
por qué nuestros poemas
eran largas avenidas
por donde venía la ardiente cólera”[23].

Y agrega:

“Yo respondo:
por todas partes nos sitiaba un muro de olas negras.
¿Iba a ser la Poesía
una solitaria columna de rocío?
Tenía que ser un relámpago perpetuo.

Mientras alguien padezca,
la rosa no podrá ser bella;
mientras alguien mire el pan con envidia,
el trigo no podrá dormir;
mientras llueva sobre el pecho de los mendigos,
mi corazón no sonreirá.
(...)”[24]

Esa América del sufrimiento que llega al alma –“no puedo escribir tu nombre sin morirme”[25], escribe–, la de los “castigos”, “prisiones”, “perseguidos”, “flagelados”[26]; aquella América que no es libre, que destierra a sus poetas, es el mismo lugar en el que se alberga la esperanza de que la noche del dolor, del sufrimiento, pasará:

“(…)
La noche pasará.
pueden escupir las aguas,
pueden fusilar a los gorriones,
pueden quemar los versos,
pueden degollar al dulce lirio,
pueden romper el canto y arrojarlo a una ciénaga,
pueden ponernos frente a los fusiles,
pero esta noche pasará.
(...)”[27]

Sí, pasará…pero sólo cuando seamos libres:

“(…)
Un día seremos libres.
La tierra será libre.
Los poetas no cantarán, como yo, en el destierro
Y no habrá miedo, ni muñecos malos, ni penumbra.
(...)”[28]

Desde esa América que despierta ante él en el destierro, el poeta descubre o re-descubre –segundo momento de Las imprecaciones– a su Patria Pobre: “Yo no conocía el rostro de mi patria”[29], dice; no la conocía en los “rostros vacíos” de la gente ni en los “hombres de mirada prematuramente cana”. Es esta la patria, aquélla a la que tuvo que “verla con su cartel de ciego en los suburbios” y “oírla llorar de miedo en las prisiones”, la que le “dolía bajo tanto dolor”.[30] Porque ahí donde los poetas vieron “pájaros transparentes”, él ve sólo “dolor”, “amargas cocinas”, “platos vacíos”[31]. Su dolor es el dolor de su “patria rota”, la de su “América en pedazos” que “no se puede pegar con palomas”[32].
La patria que se devela en su condición humana no es la “patria tierna” de la que le hablaron en su infancia, aquélla de “ríos de rápidos diamantes” o la del viento que “se acerca a las doncellas”. No es esa la “patria tierna” en la que “el mar se quitaba su máscara de olas para jugar [con nosotros] en la arena”[33]. Todo lo contrario, es la patria que persigue, destierra y ahoga; la de “pobrezas, sartenes, cucharas humilladas” de los que tienen que gritar a través de su boca –“Yo soy la boca de quien no tiene boca”[34]– “para que sepan que esta tierra sufre!”[35]. Porque es la patria que no cree ya poder superar el sufrimiento de no vivir una vida digna porque “son las tres de la tarde, y no le sale el sol a la pobreza”[36], y en donde se descubre que la libertad está encerrada “en una cárcel de muros movedizos”[37].
Es el Perú esa “patria tierna”, ese “gorrión dulcísimo” al que oye “llorar” porque en esa tierra suya algo “está pasando”: el sol está “acongojado”, “la verdura desolada, / el rocío deshecho, / el mar, la primavera, ya no pueden con las lágrimas”[38]. Algo le sucede a la patria del poeta, algo que la hace retroceder y la envilece –“¡Donde se pone el dedo salta la pus!”[39]–. Algo que lo obliga a escribir “con odio” su nombre –“Perú”– y al que le exige responder:

“(…)
¿fuiste torrente para ser pantano?,
¿en este pozo cayó mi alondra?,
¿en este cerdo acabó tu toro?
¿salieron del cobre los guerreros,
domaron ruiseñores,
imperios esmeraldas,
torres elevaron
para que tú, ahora, pordiosera,
te arrastres ante los sapos?
(…)”[40]

La Patria vista como un sistema que oprime y que excluye no es, no puede ser para un poeta comprometido con su realidad, aquélla en la que “los hombres callan” cuando el “pueblo cae”, sino la que “se aleja…con los humildes a comer destierros” y ponerse “terribles ropas pobres”. En este sentido, para Scorza la verdadera patria, “el Perú”, pertenece  a “el pobre, el oscuro, el desterrado, / el que sobra siempre en la mesa”[41].
En esos términos, el poeta rechaza aquella patria envilecida, la representada falsamente por los explotadores, incluidos sus dictadores, que oprimen al débil y destierran a los que levantan voces de protesta; y con ellos, a quienes desde fuera del entorno del poder justifican sus atrocidades o guardan cómplices silencios. Scorza no quiere saber nada de esa patria, a la que le increpa que no lo busque mientras sea “la mujerzuela de los generales”[42]. Es dura la expresión, sí, pero es esa la patria que lo entristece hasta las lágrimas y que le impide cantar –“¿Para qué voy a cantar?”[43], escribe.
Hay en Scorza ese sentimiento encontrado hacia dos patrias que no pueden conciliarse: “Ay patria, hay enemiga”[44]. La una, de la que reniega porque “vomita buitres”[45] y sigue siendo  “el muro donde orinan los gendarmes”[46], y la otra, la amada, a la que le pregunta “¿Qué pasa, amor mío?[47] y a la que le exige liberarse para él poder ser alguien, ser libre:

“(…)
“¡Libértate, amada!
¡Asesina, levántate, te lo ruego!
Yo canto en vano si estás caída,
yo no soy nada si tu enmudeces,
estiércol soy si a ti te humillan.”[48]

Y continúa llamándola a la concientización:

“Vuelve en ti, vagabunda.
No es verdad lo que digo.
Las praderas no pueden olvidarte.
Cuando nadie las mira, lloran las piedras.
Los corderos te extrañan, los borrachos te extrañan,
mi corazón te extraña.
Sácame del pecho las espinas,
borra los malos sueños,
enciende la luz que no se extingue,
danos la libertad que no termina.”[49]

El tercer momento de Las imprecaciones  –“Espero la mañana”–, viene a ser un canto a la esperanza, no obstante haber iniciado esta serie de poemas reprochando a los poetas que cantaban “bellísimas canciones”[50] y “tejían enredaderas alrededor de las muchachas”[51] diciendo que “las aguas son transparentes”[52]:

“Cómo iban los poetas a decir:
No hay papas,
Está sucia mi camisa,
La niña llora por su pan descalabrado,
No tengo para el alquiler,
No puedo, vuelva a fin de mes”.[53]

Su cólera a la indiferencia “ardió” cuando entre recuerdos de dolor y muerte –“me bastó abrir el pecho para que salieran mis muertos queridos”[54]– comprende que él también moriría si es que  en sus versos no alzaba “la vida que demolía el incendio”[55]. Para Scorza, sus versos serían la voz de los sin voz y por ello le responde a su abuelo, a quien le dijera que nunca fue feliz, que “la tristeza va a morir”[56] “cuando la alondra [surque] el cielo y “cuando los humillados alcen la cabeza y partan la dicha en pedacitos que alcance para todos”[57].
La infelicidad de su abuelo y la de todos los abuelos no es, sino la infelicidad de todas las generaciones anteriores, a las que se dirige mediante una pregunta que encierra asombro y hasta admiración: “¿De dónde sacábais  fuerza para seguir viviendo?”[58]. Y quizá, sea esa “fuerza para seguir viviendo” lo que lo hace volver a la lucha, al punto de decirles a esas generaciones, que su infelicidad no fue vana y que sus nietos “cantarán”:

“Cesad, abuelos:
no se perdió nada;
todo lo oí,
lo recogí todo;
lágrimas,
desesperación,
fatiga,
salen de mis labios sonriendo.”[59]

Al tomar conciencia de que más allá de la soledad y sufrimiento personal ha estado el sufrimiento de generaciones, que han sabido y podido sobrevivir y que “a pesar del dolor, a pesar de las patrias derrumbadas”[60] fueron capaces de “hallar entre las tumbas un lugar para la risa”[61], en la esencia misma de todo ello, Scorza descubre que no perdió la fe. Y no la perdió porque en ese descubrimiento permanecía subyacente una apuesta por la vida:

“Amigos,
aunque os golpeen,
jamás perdáis la fe,
aunque vengan días sucios,
jamás perdáis la fe,
aunque yo mismo os ruegue de rodillas,
no me creáis,
amad la vida,
(…)”[62]

Apostar por la vida significa para el poeta, tener fe en que las cosas pueden cambiar si optamos por luchar contra todo lo que signifique muerte –injusticias, exclusión, si es que se es capaz de enlodarse hasta jugarse, incluso, la propia vida:

“(…)
¿Dónde no estuve?,
¿en qué pantano no bebí?
¿a qué pozo malo no rodé?”[63]

“Canté”, dice, “porque los dolores ya no cabían en mi boca”[64]. Y levantó su voz ante tanta injusticia. Maldecía a América y a su Patria, pero no a esa América o a ese Perú sufriente, en cada ser humano pisoteado, sino a aquel continente y país usurpados, envilecidos:

“Ay, a mi alma caían las cáscaras
que amargas cocineras, pelaban.
Amigos: en mi corazón jamás reinó silencio,
Yo oí todas las voces,
escuché a las sábanas quejarse,
supe cuando las criadas escribían cartas de tristeza,
y cuando no llegó a tiempo el único pie del cojo,
y canté, América, los dolores,
y recliné en ti mi cabeza.
(…)”[65]

Cantó por el sufrimiento y sigue cantando –“Yo sólo sé cantar, pero te amo”[66]: Pero ahora, lo hace por la esperanza, porque “¡también la aurora se construye con canciones!”[67].

“¡Amigos,
Os encargo reír!
Amad a las muchachas,
cuidad a los jazmines,
preservad al gorrión.
No me busquen amargos en la noche:
yo espero cantando la mañana” [68]

En el recorrido que realiza Scorza en Las imprecaciones, pareciera intuirse el proceso que tendrá la narración de La guerra silenciosa, en cuanto a los encuentros y desencuentros que tienen los personajes, en pos de su liberación. En uno –en Las imprecaciones– es el poeta, el individuo, que revive su historia personal y la de su pueblo –de su Patria y de América– y la trata de volver a escribir a partir del descubrimiento de un otro –u otros que permanecían ocultos a la realidad de su encierro. En el otro La guerra silenciosa es el colectivo que revive cada día, lo que ha sido y sigue siendo su historia, como situación concreta –en lugar y tiempo determinados que reproduce, no obstante, la condición humana secular de todo un pueblo, el latinoamericano, que busca también una salida. En ambos procesos –el que sigue el poeta y el que siguen las comunidades no está ausente la esperanza que surge como utopía, como futuro y posibilidad, siempre abierta a lo que puede ser. En la poesía, es la luz que libera al poeta de su encierro; en la prosa, como se verá a continuación, el relámpago que ilumina la escuridad de la noche del sufrimiento de un pueblo.
En cuanto a sus novelas y la condición humana se destaca en Scorza, la misma unidad de comunicación ya existente en su poesía. Siente el impulso de seguir comunicando porque no quiere y no puede callar, pero reconoce que el estilo poético lo limita para exponer,  en su real dimensión, el mensaje que quiere trasmitir sobre la condición humana de los campesinos pobres. Y es así que da el salto de la poesía a la novela para poner en boca de sus personajes –reales y míticos a la vez– la palabra hecha testimonio. En los cinco cantares que constituyen la saga de La guerra silenciosa describe, en clave de realidad histórica, lo que ya ha hecho en estilo poético en Las imprecaciones. No obstante, en la palabra del poeta, puesta en prosa o en poesía, continúa latiendo con la misma intensidad el canto o el llamado para imprecar o para implorar.
El recorrido que hace Scorza a lo largo de La guerra silenciosa se desarrolla como una luz de esperanza que se enciende con “Redobles por Rancas”, continúa con “Historia de Garabombo el Invisible”, “El Jinete Insomne” y “Cantar de Agapito Robles”, hasta apagarse con “La Tumba del Relámpago”. Este escenario –el de La guerra silenciosa[69] que da razón de una lucha de más de doscientos años por hacer prevalecer los derechos de las personas complementa su reflexión poética. –Las imprecaciones como un solo testimonio de la condición humana. En otras palabras, lo que hace es unir la realidad histórica de los hechos vividos, con la reflexión y expresión metafórica de todo aquello que su sensibilidad intuye y traduce desde uno u otro signo de esa realidad, para mostrar el padecer, el sufrimiento de esa «patria peruana» –expresión ésta de Scorza que se desgarra en sus seres humanos, específicamente en los explotados, los excluidos, los abusados de siempre.
Si bien La guerra silenciosa se focaliza en la lucha sostenida por los campesinos del departamento de Pasco en defensa de sus tierras, el mensaje va mucho más allá, en tanto se trata de la narración de un devenir de acontecimientos, en el que se pone de relieve, el amplio significado y sentido de la condición humana de los campesinos y campesinas de esa zona del país. En efecto, a partir de hechos puntuales ocurridos en un espacio y tiempo que son colocados en un escenario de lucha por sus derechos, el poeta ausculta las vivencias, estilos de vida, creencias y sueños (aspiraciones) de los campesinos y campesinas de Pasco. Todo un universo de vida –personal y comunitaria– que se amplía y llega hasta hoy, como una visión de la «patria peruana» en clave de sufrimiento y dolor que ya no sólo abarca el mundo andino, sino también el de las comunidades nativas de la selva[70]. Visión ésta que la historia oficial se ha encargado de invisibilizar, en un modelo de “progreso” o “desarrollo”[71] que continúa reproduciendo todo aquello que conduce a Raymundo Herrera, el personaje de El jinete insomne, hacerse tan desgarradora pregunta: “¿Qué miraré yo cuando de mí sólo queden mis ojos, estos ojos, que no se hartan de mirar –generación tras generación los mismos reclamos, los mismos quebrantos, los mismos abusos, los mismos engaños, los mismos desalientos?”[72].
La lucha que narra Scorza, es la del reclamo de la tierra –“hace siglos que reclamamos en vano nuestras tierras”[73] que si bien la remonta a 1705, no refleja otro mensaje que el de una lucha prolongada de liberación, que se inicia cuando el conquistador pisó tierra peruana y americana para instaurar su dominio en ellas, pasar por el nacimiento de la República hasta alcanzar el siglo XX:

“(…) Esos hombres mal trajeados, de rostros averiados por las intemperies, esas mujeres impregnadas de contenida excitación, esos niños de caras costrosas, esos viejos haraposos, no venían de Yarusyacán. ¡Llegaban desde el fondo de la historia peruana! Esa marcha no duraba cuatro días sino cuatrocientos años. Esa muchedumbre no había partido de las casuchas de Yarusyacán sino desde las cavernas de la locura adonde huyeron los quechuas enloquecidos por la muerte del sol. En las fosas del horror, a oscuras aun bajo la luz, habían permanecido todo ese larguísimo tiempo. (…)”[74].

Sin embargo, en la narración el autor no quiere permanecer solamente en el hecho mismo de la usurpación de lo que le perteneció al indígena –“usurpan lo que nos pertenece desde el comienzo del mundo a los que sudamos sobre los surcos”[75], sino que, además, focaliza su atención en el modo como se llevó a cabo, de manera recurrente, ese despojo: las distintas expresiones de violencia a la que han estado sometidos los indígenas, desde siempre y que es, lo que ha marcado su condición humana de explotado y excluido.
Scorza, resalta cuanta expresión de violencia se cometió con el indígena. Desde la violencia  física, impuesta a través del castigo, o la muerte, hasta la cometida mediante el abuso y el engaño del poderoso, para robarle al indígena lo que por justicia les perteneció: primero la tierra y luego, el salario por el trabajo realizado en ella. Y se llegó a tal punto de cinismo, refiere, que esos poderosos fueron capaces de justificar su violencia poniéndose a sí mismos como víctimas de una forma de redención para el abusado: “¡Recemos juntos para que Dios te perdone, Tupayachi! Te castigo por tu bien. Yo soy patrón. Soy corrompido. Ustedes son puros. Para preservar sus inocencias tengo prohibida la circulación del dinero. (…)”[76].
En los diálogos y reflexiones de Raymundo Herrera se pone de manifiesto en toda su dimensión real e histórica, el modo de vivir de ese otro, a quien el Perú oficial ignoró. Son expresiones y sentimientos, que representan la reacción permanente ante una realidad, basada en la opresión de siglos, en la que el tiempo histórico se repite una y otra vez, para mostrar sólo queja y dolor:

“¿Quién ordenó que mi edad se detuviera? ¡Qué importa! El hecho es que estoy parado sobre el suelo de todas las generaciones, detrás de esta queja. El maíz, los hombres, los ríos, las edades, brotan, crecen, se exaltan, mueren, desaparecen. Lo único que permanece es nuestra queja.”[77]

De ese sufrimiento y esa queja –“¿Alguien habrá dispuesto que exista una raza de hombres despiertos, condenados a recordar, a no dormir mientras no se absuelva nuestra queja?”va apareciendo ese doble descubrimiento que se reconoce en las dos Américas irreconciliables de sus poemas, esta vez en las figuras de un Perú real y otro “oficial”, también como dos patrias confrontadas: “(…) Nuestra desgracia,…, es que el verdadero Perú comienza arriba de Chosica, a cincuenta kilómetros de Lima y fue gobernado siempre por gente que vive debajo de Chosica (…)”[78].
La justicia no existe para los campesinos y campesinas. El Perú que “comienza arriba de Chosica” está ausente para hacer respetar sus derechos, porque sencillamente no existen. Podrán pasar años y desgastar su energía vital reclamando, pero será inútil:

“(…) Garabombo gritó:
  - ¡Chinchinos: hemos envejecido reclamando! Hemos gastado nuestros años sentados en los pasadizos. ¡Años de años suplicando! ¡Nunca obtuvimos nada! Los hacendados ni siquiera se presentaron a los comparendos. Tres veces los citaron para las confrontaciones. Tres veces esperamos tres días y tres noches. No acudieron. Aunque esperáramos tres siglos no se presentarían. Yo luché por la expropiación. Estaba equivocado. No cabe expropiación. Estas tierras nos pertenecen desde 1705. El Rey nos dio lo que el Presidente nos quitó (…)”[79].

En el relato de la lucha del campesino contra el gamonal por la recuperación de la tierra, acción que es reprimida bajo el argumento de invasión de la propiedad privada, –“La palabra invasión no cabe, mi comandante. Nosotros no invadimos: recuperamos las tierras de nuestros antepasados”[80] Scorza pone en boca de Raymundo Herrera frases que procuran hacer que los campesinos reaccionen ante tanto abuso: “¡Ha parado el tiempo y si quiere detendrá el sol! ¡Por culpa de los cobardes que viven en este pueblo!”[81]
Porque ante la impotencia de no poder hacer nada porque no se les reconoce como personas[82], como peruanos que también tienen derechos –porque el derecho a la propiedad de sus tierras que les ha pertenecido por siempre es sólo uno de tantos–, busca encender en ellos el espíritu de rebeldía como reacción a lo único que la injusticia les ha dejado como herencia, la rabia: “¡He probado que no podemos probar nada! Y cuando todos los hombres comprendan que es imposible probar una causa justa entonces comenzará la Rabia. Les dejo de herencia lo único que tengo: mi rabia.”[83]
Y de esta manera, con estas palabras de Raymundo Herrera, Scorza pretende hacer que los hechos de Pasco trasciendan la historia de dolor y miseria de ese espacio geográfico –“Estas tierras pertenecen al hambre de nuestros niños.”[84] para alertar ya no sólo a los poetas[85] sino a la patria entera que ya no es posible vivir permaneciendo pasivos ante esa realidad que también, más temprano que tarde, los envolverá: “Busco, hermanos, encenderles la sangre, contagiarles mi rabia tan grande contra la injusticia. Hace siglos que reclamamos en vano nuestras tierras. Estamos ya acostumbrados al abuso. ¡Reaccionen!”[86]
Se trata de una “rabia” –“contra la injusticia” que, salvo en las comunidades que optaron por actuar para la recuperación de sus tierras, no encontró mayor eco para la formación de un frente común, unitario, con organizaciones sociales –urbanas y campesinas, cuyos derechos eran también permanentemente violados. Al respecto, otro de los personajes en La tumba del Relámpago resaltaba cuán distantes se encontraban, al menos en este episodio de la vida de las comunidades campesinas, las ideologías de la realidad histórica: “«La desgracia de nuestras luchas es que no coinciden con nuestras ideologías. La rabia, el coraje, son de aquí, y las ideas son de allá. ¡Nosotros sólo ponemos la desesperación!»”[87].
Sin embargo, más allá de todo ese proceso incansable de años, décadas, siglos, de ires y venires reclamando justicia a un Estado que se negaba a representarlos; de ese Perú que para ellos “hacía cuatrocientos cuarenta y dos años que el tiempo no corría”[88] porque ese sufrimiento que padecían no provenía del “tiempo humano de los antiguos sino del tiempo enloquecido de la sociedad capitalista”[89]; más allá de toda lamentación o arrepentimiento ante “la insondable desgracia de ser peruano”[90] –es decir, “hombres extraviados en el sufrimiento, en el abuso, en la impotencia”[91]–; más allá de todo ello, surgía la esperanza por el solo hecho de que “del fondo de esa desesperación, había nacido la tormenta de Pasco”[92] gracias a la cual “los hombres habían alzado la cara para combatir”[93].
Esa esperanza renacida, no de la derrota sino de la decisión para asumir la lucha por sus derechos, simbolizada en el fulgor del relámpago que “iluminó la historia de los campesinos”[94], lleva en Scorza el mensaje de que es ella –la esperanza– la que tendría que instalarse en las conciencias de los campesinos y campesinas como guía del corto o largo, no se sabe, camino de lucha por el que hay que continuar cuando de derechos se trata. En la esperanza lo que cuenta, según él, es kayrós y no chronos:

“Entonces [Ledesma] comprendió todo. Supo por qué los ríos, las cataratas, los cursos de agua se habían detenido en los viejos tiempos. Y reparó en los andrajos de la anciana Condori. Y comprendió por qué los habitantes de su sueño ya no vestían las espléndidas telas de las edades míticas sino los miserables ropajes de la realidad de los pobres de un país pobre. ¡Pero ahora el tiempo volvía a correr! Para ellos, la historia nunca había estado en el pasado inmóvil ni en el presente roto: la historia, la verdadera historia, los aguardaba en el porvenir hacia adonde ahora caminaban. ¡Por fin el presente se reunía con el pasado! Y la locura se volvía clarividencia. (…) Aunque fuera una, pensó. Y se le llenaron los ojos de lágrimas.”[95]

Ineludiblemente, en Scorza, la esperanza está estrechamente vinculada al porvenir, visto éste como opción de vida y como praxis (acción) humana:

(…)
      - Villena: ¿por qué hizo usted eso?  ¿no sabía que en esos tejidos estaba el porvenir?
      - ¡Por eso mismo los quemé! Porque no quiero el porvenir del pasado sino el porvenir del porvenir. El que yo escoja con mi dolor y mi error.
      - Quizá en algún poncho figuraba el fin de nuestra empresa –insistió Farruso.
      - ¡Nuestra empresa sólo depende de nuestro coraje! ¡Nadie decidirá más por nosotros! ¡Existimos! ¡Somos hombres, no sombras tejidas por una sombra! ¡Mi cuerpo y mi sombra me seguirán adonde los lleve mi valor o mi cobardía! ¡Nos calienta un verdadero sol! ¡Nos enfría una nieve verdadera! ¡Estamos vivos!”[96]

En resumen, y como reflexión final en La guerra silenciosa pareciera que Scorza recrea, esta vez en clave de realidad histórica, lo que ha escrito en Las imprecaciones.
Desde ese enfoque, los tres momentos expuestos en Las imprecaciones –el de ese doble descubrimiento de una América ideal y real; el de la América y la “Patria Pobre” redescubiertas en su sufrimiento; hasta el punto de rebelarlo; y el de la esperanza, que lleva el imperativo de apostar por la vida en la medida que se opte por la lucha– resurgen en su narrativa en la lucha por la tierra que llevan adelante los campesinos y campesinas en La guerra silenciosa. En efecto, esos tres momentos equivalen, en primer lugar a la justicia a la que se confían los campesinos, pero que no existe para ellos; luego, a la toma de conciencia de que sólo rebelándose y luchando por lo que les pertenece es posible que sean reconocidos en sus derechos; y por último, que a pesar del fracaso en su intento de luchar contra un sistema opresor e injusto, mantienen viva la esperanza. De esta manera, los poetas que celebran “la gracia de las muchachas” en Las imprecaciones[97], encerrados en su propio mundo y que “no saben lo que es vivir bajo la lluvia”[98] y que poco saben, o no quieren saber, de “pobrezas, sartenes, cucharas humilladas” [99], son, o representan,  en los cantares de La guerra silenciosa aquella sociedad o nación fragmentada que se percibe indiferente a lo que sucede en su interior –“(...) «El Perú no es una nación. Es un territorio habitado». (...)”[100], escribe.
En estas aproximaciones se descubre a un Scorza que, a través de los diferentes personajes y hechos que dan contenido a su poesía, visibiliza ¿el primero en hacerlo? al minero, aquél otro también olvidado y a quien “¡A nadie le importaba [importa] si bajo su camisa / existía [existe] un cuerpo, un túnel o la muerte!”[101]. Este minero de su poesía escrita en 1952 –boliviano,  que bien puede también ser peruano– es el mismo sujeto que, 57 años después, vive hoy su condición humana igual de cansado de “tener una sola vida para tantas muertes”[102]; sean las causas de esas “tantas muertes”, ayer como hoy, las condiciones de trabajo, sus salarios miserables, la contaminación ambiental. Y a través de su prosa, también se le descubre poniendo en relieve la condición humana del campesino que tras su larga lucha “parado sobre el suelo de todas las generaciones”[103] defendiendo sus tierras, sus tierras usurpadas, se niega a la vida de miseria anunciada en el rostro del minero despojado; vistiendo como él y como tantos otros peruanos, “los miserables ropajes de la realidad de los pobres de un país pobre”[104] que carga sobre sus hombros “«el pecado original transmitido de la Colonia a la República es   haber querido constituir una sociedad y una economía peruana sin el indio y contra el indio»”[105].
Esas referencias al otro colocadas en las frustraciones y sentires de los encarcelados, de los desterrados o exiliados, de los mineros y campesinos, explican plenamente por qué Scorza alza su voz con rabia e indignación bajo expresión poética o prosística. Su rechazo se dirige  a un sistema que oprime, excluye y que está encarnado en los grupos dominantes, de ayer y de hoy; dictadores disfrazados de demócratas, civiles y militares, que se sostienen unos a otros y se alternan en el poder como forma de perennizar sus privilegios. Pero más frustración que rabia siente Scorza por los indiferentes; por aquéllos que callan y pasan de largo, convirtiéndose en mudos cómplices del dolor de los oprimidos; o por quienes sin pertenecer al círculo del poder justifican atrocidades y violaciones a la dignidad de la persona humana.
Sin embargo, es a partir de ese encuentro durísimo, traumático quizá, enraizado en el seno mismo de la realidad histórica, entre la poesía y la prosa entre el poeta, primero indiferente y luego comprometido que Scorza hace que brote la esperanza. “No me busquen amargos en la noche: / yo espero cantando la mañana”[106], escribe en Las Imprecaciones; y en La guerra silenciosa, más allá del fracaso de la lucha emprendida que  plasma  en ese quinto cantar como momento culminante de su narración, conserva  la misma esperanza –no importa si lo hace entre redobles, jinetes invisibles o insomnes y entre cantares– para que la luz del relámpago –“el inolvidable fulgor de un relámpago ardió en la negrura, iluminó la historia de los campesinos”[107]– permanezca para siempre como superación de esa manera tan perversa con la que se ha escrito gran parte de la historia del Perú. Historia aquélla de la condición humana de sometimiento y exclusión que no se merecen, por principios de justicia y solidaridad, el mundo andino y (ahora) el de la Amazonía: “Pero el hombre no será nunca, verdaderamente, ni alegoría, ni carne, ni años, ni sueños, ni nada, si el vendaval de la Revolución no limpia antes el fango pútrido de la miseria humana. (…)”[108].
El imperativo para superar esta “miseria humana” (la condición humana) de quienes están ya “cansados de tener una sola vida para tantas muertes”[109] lo lleva a afirmar que: “(…) el acto definitivamente subversivo es vivir, la real Revolución es la felicidad, una Revolución que sólo es una revolución no es una revolución, la revolución de Afuera sólo se cumplirá si triunfa primero la revolución de Adentro. (…)”[110]. Estas expresiones que aparecen en su última obra publicada –La danza inmóvil, 1983– presentan toda la carga y la fuerza de un testamento intelectual cuya herencia es su propia obra transformada en un proyecto de liberación. Su proyecto utópico de liberación es, en la obra de Scorza, esa posibilidad siempre abierta a que ese otro que representa a los olvidados, a los maltratados de siempre, se constituyan en sujetos y fin último de una nueva civilización. Proyecto liberador que haga caer en la cuenta lo que premonitoriamente escribe en La tumba del Relámpago:

“Para ellos, la historia nunca había estado en el pasado inmóvil ni en el presente roto: la historia, la verdadera historia, los aguardaba en el porvenir hacia adonde ahora caminaban. ¡Por fin el presente se reunía con el pasado!”[111].

Esta manera de concebir el acto revolucionario como fundamento de felicidad –personal y colectiva– se refleja, hay que reiterarlo,  en su obra. En toda ella, Scorza pone de manifiesto su opción –su apuesta– por la vida y, como consecuencia de ello, a una praxis de lucha que encuentra su sentido en la esperanza. Sí, porque para él toda esperanza es liberación; y la esperanza sólo le pertenece a aquellos que son capaces de luchar por un mundo distinto que trasciende el presente: “Este viaje durará más que mi vida. Por eso lo emprendo”[112].
Definitivamente, con su muerte imprevista, va a emprender ese viaje que duraría más que su vida. Porque para él el sufrimiento, el martirio de tantos hombres y mujeres humildes, no podía, no puede, ser vano e inútil; y  anticipándose a todo lo que habría de encerrar su obra –con su vida y con su muerte- se ve inexorablemente impulsado a lanzar, desde ese lejano 1952, un mensaje de esperanza y compromiso a las futuras generaciones que, como a los poetas a los que invocó, vendrán a encender “la hoguera / donde se queme este mundo sombrío”[113]: “¡prestadme vuestra muerte para edificar la vida!”[114].

*  *  *  *



Bibliografía


De Manuel Scorza

La guerra silenciosa:

Historia de Garabombo El invisible. Balada 2. Barcelona, Planeta, 1972. [HGI]

El jinete insomne. Cantar 3. Caracas, Monte Ávila Ed., C.A., 1977. [JI]

Cantar de Agapito Robles. Cantar 4. Caracas, Monte Ávila Ed., C.A., 1977. [CAR]

Redobles por Rancas. 2ª. ed.  Lima, PEISA, 1987. [RR]

La tumba del Relámpago. Quinto cantar. Lima, PEISA, 1987. [TR]

La danza inmóvil. Barcelona, Plaza & Janés S.A. Ed., 1983. [DI]

Obra poética. Lima, PEISA, 1990.


Sobre Manuel Scorza

Diarios y Revistas

Vega, Juan José. “La Literatura es el Primer Territorio Libre de América. Manuel Scorza”. El Comercio, Suplemento Dominical, 8 de julio de 1979.

Manuel Scorza. En busca de la palabra”. La República, 28 de noviembre de 1983.

“Genaro Ledesma habla del nacimiento de Redoble por Rancas” y otros artículos. La República, 28 de noviembre de 1983.

Campos Maro. “Recordando a Scorza con César Calvo: De adioses e imprecaciones” (entrevista). La República, 3 de diciembre de 1983.

González Vigil, Ricardo. “Homenaje. Manuel Scorza o la tumba del Relámpago”. El Comercio, Suplemento Dominical, 4 de de diciembre de 1983

Miró Quesada, Francisco. “Recordando a Manuel Scorza. La primera y última conversación”. El Comercio, Suplemento Dominical, (Lima) 4 de diciembre de 1983.

“Scorza por Scorza. Atreverse a ser feliz: la real subversión”. El Diario (Lima), 13 de diciembre de 1983.

Martínez, Gregorio y Forgues, Roland. “Imprecaciones y adioses de Manuel Scorza (Testimonio de vida)” (entrevista). La República, (Lima), 24 de noviembre de 1984.

“América, aquí te dejo”.  La República, 24 de noviembre de 1984.


Internet

González Soto, Juan.Manuel Scorza, apuntes para una biografía”. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes Saavedra.  http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/



* Publicado en: La Intelectualidad Peruana ante la Condición Humana. Tomo III. Rivara de Tuesta, María Luisa (Coordinadora). Lima, 2011, pp. 421-447.
[1]     Martínez, Gregorio / Forgues, Roland. “Imprecaciones y adioses de Manuel Scorza” (Testimonio de Vida). Diario La República, (Lima), 24 de noviembre de 1984, p. 8.
[2]     Ibid., p. 9.
[3]     Loc. cit.
[4]     Ibid., p.10.
[5]     Ibid., p. 12.
[6]     Ibid., p.13.
[7]     Ibid., p.12.
[8]     Ibid., p. 16.
[9]     González Soto, Juan.Manuel Scorza, apuntes para una biografía”. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes Saavedra, http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/.
[10]    Loc. cit.
[11]    Martínez, Gregório y Forgues, Roland (Entrevista). “Imprecaciones y adioses de Manuel Scorza (Testimonio de vida)”. Diario La República (Lima), 24 de noviembre de 1984, p. 12.
[12]    Scorza, Manuel. Obra poética. “Las imprecaciones”, “II. Patria pobre”, “Patria pobre”. Lima, PEISA, 1990, p. 29.
[13]    Ob. cit. “I. El árbol de los gemidos”, “Epístola a los poetas que vendrán”,  p. 29.
[14]    Ibid.,  “Canto a los mineros de Bolivia”, p. 13.
[15]    Ibid., p. 12.
*     “Kayros, Kairos o Kayrós (καιρός, “el momento justo”) es...en la filosofía griega y romana la experiencia del momento oportuno…. En la estructura temporal de la civilización moderna, se suele emplear una sola palabra para significar el “tiempo”. Los griegos tenían dos: Chronos y Kayros. Chronos es el tiempo del reloj, el tiempo que se mide. Kayros, es el momento justo, no es el tiempo cuantitativo, sino el tiempo cualitativo de la ocasión, la experiencia del momento oportuno. Todos experimentamos en nuestras vidas la sensación de que llegó el momento adecuado para hacer algo, que estamos maduros, que podemos tomar una decisión determinada.” [Cf. Wikipedia].
*     Redobles por Rancas, Historia de Garabombo el invisible, El jinete insomne, Cantar de Agapito Robles y La tumba del Relámpago.
[16]    Scorza, Op. cit.,  “Canto a los mineros de Bolivia”, p. 12.
[17]    Muchos de los personajes de su obra poética y novelística responden a nombres y rostros que existieron y aún existen, con o sin nombres cambiados, y ocultos.
[18]    Scorza. Op. cit., p. 11.
[19]    Ibid., p. 12.
[20]    Titula este primer momento “El árbol de los gemidos”. Cf. Scorza, Manuel. “Las imprecaciones”,  I. “El árbol  de los gemidos”,  Op. cit., p. 17.
[21]    Ibid., “Epístola a los poetas que vendrán”, p. 17.
[22]    Loc. cit.
[23]    Loc. cit.
[24]    Loc. cit.
[25]    Ibid., p. 19.
[26]    Cf. Ibid., p. 25.
[27]    Ibid., “América vuelve a tu casa”, p. 27.
[28]    Ibid., p. 28.
[29]    Ibid., “II. Patria pobre”, “Patria pobre”, p. 29.
[30]    Cf. Ibid., p. 29.
[31]    Ibid., “Patria tristísima”, p. 31.
[32]    Loc. cit.
[33]    Ibid., “Patria tierna”, pp. 33-34.
[34]    Ibid., “Patria diamantina”, p. 36.
[37]    Loc. cit.
[38]    Ibid., “Gorrión dulcísimo”, p. 38.
[39]    Ibid., p. 39. [Nota: Scorza repite esta conocida expresión de Manuel González Prada, a quien cita al inicio del poema].
[40]    Ibid., pp. 38-39.
[42]    Ibid., “No quiero cantar”, p. 43.
[43]    Ibid., p. 42.
[44]    Ibid., “Pueblos amados”, p. 44.
[45]    Ibid., p. 44.
[46]    Loc. cit.
[47]    Ibid., p. 45.
[48]    Loc. cit.
[49]    Loc. cit.
[50]    Ibid., “III. Espero la mañana”, “Los poetas”, p. 47.
[51]    Loc. cit.
[52]    Loc. cit.
[53]    Loc. cit.
[54]    Ibid., “Antes del canto”, p. 49.
[55]    Ibid., p. 50.
[56]    Ibid., “Una canción para mi abuelo”, p. 51.
[57]    Ibid., p. 51.
[58]    Ibid., “Señores abuelos”, p. 53.
[59]    Ibid., p. 54.
[60]    Ibid., “Voy a las batallas”, p. 55.
[61]    Loc. cit.
[62]    Loc. cit.
[63]    Ibid., p. 56.
[64]    Loc. cit.
[65]    Loc. cit.
[66]    Ibid., p. 57.
[67]    Loc. cit.
[68]    Loc. cit.
[69]    Aunque con un enfoque particular, la Danza inmóvil no es ajena al conjunto del que lanza Scorza a través de su obra literaria.
[70]    Al momento de escribir este ensayo de interpretación de la obra de Scorza ante la condición humana sucedieron los hechos de Bagua (05 de junio de 2009).
[71]    En lo económico, político, social, cultural y ambiental.
[72]    Scorza. El jinete insomne. Cantar 3. Caracas, Monte Ávila Ed. C.A., 1977, p. 169.
[73]    Ibid., pp. 60-61.
[74]    Scorza. La tumba del Relámpago. Quinto cantar. Lima, PEISA, 1987, p. 161.
[75]    Scorza. El jinete insomne, Cantar 3, p. 61.
[76]    Ibid., p. 55.
[77]    Ibid., p. 165.
[78]    Scorza. La tumba del Relámpago. Quinto cantar, Op. cit., p. 257.
[79]    Scorza. Historia de Garabombo el invisible, Balada 2. Barcelona, Planeta, 1972, p. 223.
[81]    Scorza. El jinete insomne, Op. cit., pp. 59-60.
[82]    Al respecto, en los diálogos sostenidos, uno de los personajes afirmaba que la mayoría de los historiadores habían pertenecido a la “clase dominante”, y citando a Alejandro Deustua entre ellos, atribuía a él la siguiente frase: “«Las desgracias del país se deben a la raza indígena que ha llegado al punto de su descomposición biológica. El indio no es ni puede ser otra cosa que una máquina»”. Cf. Scorza, Manuel. La tumba del Relámpago. Quinto cantar. Op. cit., p. 264.
[84]    Scorza. La tumba del Relámpago, Quinto cantar. Op. cit., p. 248.
[85]    “Yo fui uno de ellos, / yo no sabía por qué los ríos / se secan en el sueño / y ciertos rostros en los Andes / son puras miradas melancólicas”. Scorza. Canto a los mineros de Bolivia. Op. cit., p. 12.
[86]    Scorza. El jinete insomne,  Op. cit., pp. 60-61.
[87]    Ibid., p. 266.
[88]    Scorza. La tumba del Relámpago, p. 278.
[89]    Ibid., p. 278.
[90]    Ibid., p. 302.
[91]    Loc. cit.
[92]    Ibid., p. 303.
[93]    Loc. cit.
[94]    Loc. cit.
[95]    Ibid., p. 164.
[96]    Ibid., p. 227.
[97]    Scorza, Manuel. Obra poética, “Las Imprecaciones”,  I. “El Árbol  de los gemidos”, “Epístola a los poetas que vendrán”, Op. cit., p. 17.
[99]    Ibid. “II. Patria pobre”, “Patria diamantina”, p. 36.
[100] Scorza. La tumba del Relámpago, p. 272.
[101] Scorza, Manuel. Obra poética, “Canto a los mineros de Bolivia”,  p. 12.
[102] Loc. cit.
[103] Scorza. El jinete insomne,  Op. cit., p. 165.
[104] Scorza. La tumba del Relámpago, p. 164.
[105] Ibid., pp. 140-141.
[106] Scorza. “III. Espero la mañana,  “Voy a las batallas”, p. 57.
[107] Scorza. La tumba del Relámpago, Quinto Cantar, Op. Cit.,  p. 303.
[108] Scorza. La danza inmóvil. Barcelona, Plaza & Janés S.A. Ed., 1983, p. 84.
[109] Scorza. Canto a los mineros de Bolivia, p. 13.
[110] Scorza. La danza inmóvil,  p. 224.
[111] Scorza. La tumba del Relámpago, Quinto Cantar, Op. cit.,  p. 164.
[112] Cantar de Agapito Robles, Cantar 4. Caracas, Monte Ávila Ed., C.A., 1977, p. 63.
[113] Scorza, Manuel. Obra poética, “Las Imprecaciones”, I. “El Árbol de los gemidos”, “Epístola a los poetas que vendrán”, Op. cit., p. 18.
[114] Scorza. Canto a los mineros de Bolivia, p. 14.                                            HUMBERTO PINEDO

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